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4 agosto 2000 //
38. "El
mirador del centinela"
Este lugar, bautizado con el nombre que da título a la foto por
una historia que me guardaré, es un pequeño montículo en el campo
cercano a mi casa. A menudo salgo a pasear a última hora de la tarde,
acompañada por mis perros, mi gata y un libro. Sentada sobre el bloque
de hormigón presencio el discurrir del tiempo hasta el anochecer entre
lectura, olores y sonidos del campo y el avistamiento de algún conejo
que apura la tregua de los últimos día de veda. También son abundante
las abejas, pues hay cajas de colmenas muy cerca de allí. Una de sus
habitantes es la responsable de que mi cara esté hoy deformada por
los efectos de una picadura. Me permitiréis pues, quizá en un ridículo
gesto de coquetería, que hoy no muestra el rostro a la cámara. Hace
un par de días, estando en el mirador del centinela contemplando la
puesta de sol, acompañada de mis queridos animales, me inundó una
agradable sensación de plenitud. Sentí que no tengo necesidad de ambicionar
más en la vida, que en aquel momento lo tenía todo, precisamente por
saber que no necesito nada. Bueno, en realidad así es como intento
explicar la sensación que experimentaba, pues en dicho instante todo
se resumía en una frase que, fuera de contexto, puede ser difícil
de entender. El título real de la fotografía que impresiona aquel
momento es: "Ya me puedo morir".
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